Por Alicia Asín, cofundadora y directora general de Libelium

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Son muchos los debates que surgen en torno a la seguridad frente a privacidad del público con la aplicación de la tecnología en la prevención de coronavirus.

Aplicaciones para el seguimiento de contactos, geolocalización de personas infectadas, equipos de medición de temperatura a la entrada de edificios... La tecnología abre posibilidades que invaden potencialmente el espacio personal. Por supuesto, esto no es nada nuevo. Las redes sociales, las aplicaciones móviles e incluso los programas de fidelización de los supermercados llevan años haciéndolo, por poner algunos ejemplos.

Cuando medio mundo estaba encerrado o moría en los hospitales, el miedo inclinó la balanza a favor de los defensores de la seguridad, despreocupados por la pérdida de privacidad. Cualquier medida era buena, siempre que todos estuvieran protegidos. Pero en cuanto se abran las puertas, a medida que avancen las fases de desconfinanciación, los garantes de los derechos y las libertades ganarán fuerza. Como si no hubiera pasado nada y la crisis se hubiera resuelto. Véase el comunicado de la Agencia Española de Protección de Datos y su posición contraria a cualquier medida que pueda ser discriminatoria. Y los arcos de seguridad de aeropuertos y edificios públicos, ¿no son discriminatorios? Desde luego que lo son y gracias a ellos podemos detectar posibles acciones terroristas y todos hemos aceptado su necesidad.

Mientras tanto, para seguir generando empleo y recuperar la economía, las empresas buscan soluciones que les ayuden a retomar su actividad "levantar la persiana" con la máxima seguridad y confianza con sus empleados y clientes: puestos de trabajo socialmente distanciados, pantallas, mascarillas, medición térmica...; en definitiva, mayores medidas de prevención.

Por supuesto, aplicar la máxima protección no será suficiente, pero siempre será mejor que no hacer nada. En el nuevo entorno VUCA, a falta de 100% sistemas fiables de detección de infecciones, hay que proporcionar una nueva seguridad "parcial". Porque, si no aplicamos ninguna medida, por parcial que sea, el encierro habrá sido inútil además de haber generado profundas repercusiones sociales y económicas.

Ni las pruebas rápidas ni los ensayos serológicos están al alcance de todos. Tampoco sería posible que todo el personal de la fábrica se sometiera a las pruebas todos los días. Y mientras tanto la vida sigue: volvemos a la calle, nos relacionamos con amigos, familia, compañeros de trabajo. Es inviable pensar en un futuro de aislamiento permanente.

Se abre una nueva etapa: la etapa de la prevención 2.0, en el que cualquier medida que contribuya a reducir el riesgo de contagio es bienvenida. Siempre habrá quien ponga palos en las ruedas a las iniciativas privadas con el pretexto de interferir en la privacidad. Como siempre, los que quieran avanzar que se sumen a la nueva normalidad. Y los que no, que se retiren al desierto sin molestar a los que trabajamos por lo que ya es un mundo nuevo: ahora y en el futuro.